EVS “YOSE II” en Bolivia. Dos meses de crecimiento en Bolivia.
Mi nombre es Belén, soy una chica española de 28 años que ha tenido la suerte de ser una de las voluntarias del proyecto EVS “YOSE II” en Bolivia.
Mi estancia en Bolivia ha sido de apenas 68 días, y recalco lo de apenas, porque antes de partir me parecía una eternidad y una vez vivido tengo la sensación de que me ha faltado tiempo para todo. El desarrollo del proyecto en el que he participado ha tenido lugar en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, una de las más grandes y que mayor crecimiento, a nivel nacional, está experimentando en los últimos años.
Las dos primeras semanas en Bolivia fueron de capacitación, además de servirme para habituarme a mi nuevo entorno y para conocer a mis compañeras, Susi, que comenzó la experiencia junto a mí, y Bettina, que llegó algo más tarde desde Hungría para ser el tercer vértice del gran equipo que formamos. Durante esos días pude conocer la visión y misión de la Fundación AEA y su directora Patricia Chávez, que trabaja la economía social a través de una educación alternativa y holística, el contacto con la naturaleza, el trabajo con energías y la meditación, entre otros. Para ello también tuvimos la ayuda de la Fundación Solsiris, que comparte visión con la Fundación AEA y puso a nuestra disposición todos sus conocimientos al acogernos en la ecoaldea “Kuarahy Ra’y” enseñándonos a amar, entender y cuidar un poquito más a la madre naturaleza y a nosotras mismas. Por último, conocí a las voluntarias locales que trabajarían con nosotras en este proyecto, siendo un verdadero apoyo tanto dentro como fuera de la fundación.
Y llegó la hora de poner en marcha el proyecto “Edu-conexión” en el que trabajábamos con niños y niñas de entre 4 y 12 años, en dos espacios distintos. Por las mañanas acudíamos a la “Unidad Educativa Enrique Finot”, un colegio público de primaria abierto a cambiar hacia una educación más emocional y alternativa y menos tradicional, y por las tardes recibíamos a niños y niñas en las instalaciones de la fundación. En ambos el objetivo era el mismo, reducir niveles de estrés y ofrecer espacios donde pudieran expresar sentimientos, ayudando a su vez a reducir las tasas de bullying y agresividad. Hicimos uso del pintado y tejido de mandalas, juegos y dinámicas que trabajaban la autoestima y el trabajo en equipo, actividades de expresión verbal y corporal, meditación, yoga… Fue curioso observar como incluso algunos de los niños más nerviosos descargaban y expresaban mucho cuando se concentraban en las actividades. A todos y todas les costaba expresar mucho lo que sentían y fue ahí donde verdaderamente me hice consciente de la necesidad que tenían de un proyecto que trabajara la educación emocional, porque al final lo único que necesitaban era ser escuchados y sentirse queridos. Me siento afortunada por haberles servido de ayuda y mucho más por haber recibido todo el amor que recibí de ellas y ellos.
Otras actividades simultaneas al proyecto citado fueron, por un lado, la difusión de él en diferentes medios como la televisión y redes sociales (me ayudó a desarrollar capacidades comunicativas, pero también a reafirmarme en la idea de que el mundo televisivo y de las promociones no es el mío) y por otro lado, un taller de hijos y padres en el que el objetivo era el mismo, pero trabajando el vínculo y la conexión entre ambos. También participé en intercambios culturales en la “Universidad Evangélica Boliviana”, que me dieron la oportunidad de acercarme a la visión de la juventud boliviana sobre su país.
Entre tanta actividad también tuve la oportunidad de conocer parte de Bolivia, de su cultura y a su gente. Me enmarqué en una salida fotográfica a la montaña en la que era la única extranjera. Esta experiencia de 3 días sirvió para impregnarme de la situación y la cultura boliviana. Compartí momentos preciosos, en lugares mágicos, con gente muy especial, que me enseñaron mucho más de lo que puedan pensar. Los días libres sirvieron para conectar con la gente que íbamos conociendo y aprender así sobre la realidad de este país en todas sus vertientes. Posteriormente, y ya con mis compañeras, volví a las montañas con nuevos compañeros que me enseñaron que con ingenio, conocimientos y voluntad se puede vivir con muy poquito. Puedo decir con orgullo que dejé muchos prejuicios y miedos infundados con los que llegué.
También tuve una semana para viajar por este desconocido y grandioso país, rico en biodiversidad y con un contraste de paisajes y climas increíble. Existen muchas Bolivias dentro de una misma y todas ellas merecen la pena ser conocidas.
Antes de volver a España me preguntaron qué había hecho Bolivia en mí y contesté que necesitaba digerir todo lo vivido para poder contestar correctamente. Una vez digerido, puedo decir que Bolivia me ha enseñado a sonreír, a agradecer, a mirar dentro de mí pero también a mi alrededor, a moverme por lo que siento, a preciar la luz y los paisajes, los momentos, las prisas y las pausas, lo que tengo y lo que no. Me ha presentado a gente verdadera, dispuesta a todo por nada (a la que ya estoy extrañando muchísimo), me ha dado la oportunidad de disfrutar del amor más puro, desinteresado e incondicional, el de sus niños. Ha revivido y reforzado aficiones casi olvidadas, a la vez que me ha presentado algunas nuevas. Pero lo más importante es que me ha permitido ¡SOÑAR!.
Jamás podré agradecer lo suficiente a todas las instituciones que han hecho posible este voluntariado, desde Cazalla Intercultural y Fekete Sereg hasta la Fundación AEA, y a las personas que lo han convertido en algo muy grande, que han sido todas y cada una de las que han formado parte de ella, especialmente mis compañeras, mis AMIGAS ;-)
Si estás leyendo esto y tienes ilusión por hacer algo parecido, lánzate, sin más. Salga como salga seguro que valdrá la pena. ¡Nada es casual!



